Todo no pasó de un deseo de hacer algo distinto, de romper esquemas antiguos y buscar comprender algo que no sabía donde estaba. Y lo que más me marcó fue si no nos escondemos por detrás de la imagen de una tortuga marina. Sí, una tortuga.
Salí de mi refugio en la compañía de hermanos que iban a sus proyectos apostólicos. Un que lleva el nombre de Jesús, otro de Cristo y aquél que siempre está con el auto. Junto también venía mi antiguo prefecto que salía de aquél país para ir al otro que se queda entre aquél y el suyo. Salimos entre la ansiedad por el anuncio y por el aprendizaje. Nos fueron tres despedidas para cada uno. Uno en la noche anterior, pues no sabíamos que iríamos juntos, otra al salir del auto y otra al reconocer que ahora sí nos estábamos despidiendo de verdad. Aún que encontré el prefecto otra vez en la aduana, con derecho a compartir medicamentos para dolor de cabeza.
Mientras espero por el bus, veo que se unen mis futuros compañeros de viaje: familias, personas solas, madre y hijo, hija y madre... Entre todos está el chiquito que me inspiró, junto con su hermano, su madre, sus dos primos y su tía. No sé si él era el Lucas, el Miki o el Bruno, pero no hace tanta diferencia. La inocencia y la creatividad de la ingenuidad de la infancia es lo que realmente importa.
Todo empezó a tomar su sentido cuando los primos empezaron a preguntarse a que se parecían las montañas. Uno dijo que una se parecía a un conejo, otro que otra parecía a un auto. De una el chiquito dice: esa se parece a un caballo... ¡ah no! ¡se parece a una tortuga!
Ahí empecé realmente a comprender la cosa. No se trata de ver lo que es, sino de ver lo que la imaginación me permite ver. Los ojos son la ventana del alma, pero a veces dejamos que una cortina llamada razón no nos permita reconocer lo que se esconde por detrás de nuestra imaginación. Para mí todo se limitaba a la simplicidad de un Dios Magnifico que se preocupó de pintar con sus propias manos las rocas, como una acuarela de múltiples colores. Pero la magnitud no se limita a la grandiosidad de Dios, sino que entra en la simplicidad de un niño. Sí, aquella acuarela era más que una obra prima de Dios, era el proprio Dios diciéndome que debo parar de mirar el mundo desde arriba y reconocerme como una tortuga... una tortuga marina que sigue nadando en el mar y mal conoce al mundo. Que se entrega a las olas sin preocuparse por las piedras. Y lo más importantes, una tortura que está tan libre que no se preocupa en tirar un pedo. Da lo mismo. Mismo con la lentitud de una tortuga no se preocupa en asumir su libertad. Libre, inundado por mis ideales, lento como soy. Sin miedo.
Pero todo eso solo fue el primer capitulo. Hasta aquí solo había llegado a la frontera entre Chile y Argentina. Sí... como fue fuerte llegar sobre la cordillera y ver la bandera celeste flameando. No pude dejar de acordarme de mi hermano argentino y todo su amor por su patria. Me tocó también mi patria. Estaba a pocos días de volver a pisar en tierra roja y miraba la arena bajo mis pies.


Despertar en la mañana e ver un ventilador sobre la cama, escuchar el sonido de los pájaros, sentir el olor de la flor de coco. Tener momentos de oración en el taller de aquellos dos años, mirando los ojos de María que tanto me miraron. Pasar por aquellos pasillos, entre sapos y cigarras. Sensaciones que me llenaron de vida. Pero lo más fuerte estaba por venir. Uno de mis grades deseos en toda esa aventura era poder participar de la bendición de la Iglesia Santa María de la Trinidad en Tupãrenda. Y fue mucho más de lo que esperaba. La magnitud de las puertas siendo abiertas por la simplicidad del nuevo obispo fue el inicio de todo. El Presbiterio todo en madera y el lugar privilegiado a la peregrina solo eran el marco de esa grande obra de arte de Dios por las manos del hombre. Dos puntos me revelaron el amor de Dios allí a mi frente. Primero en la predica, monseñor Pistilli nos habla del altar, el lugar donde cada persona se hace una en Cristo. Cada rostro de mis hermanos pasaron por mi mente. Cada entrega en el altar. Después, el beso a la cruz. No, no estábamos en la celebración de Viernes Santo, pero si en la Fiesta de la Sagrada Familia. Pero vimos el beso a la cruz, el beso de agradecimiento y respuesta. Al final de la misa, el padre Antonio Cosp leió el poema escrito por el padre Joaquín Allende en el día de la ordenación episcopal de Pistilli. Leió y hizo una seña al coro que al instante empezó a cantar el mismo poema. Era el agradecimiento al padre Joaquín por haber dicho hace muchos años que aquél lugar se tornaría un ponto donde la Mater irradiaría la luz de la Santísima Trinidad al Paraguay. Monseñor Francisco Pistilli baja del presbiterio y abraza al padre Joaquín que toma la cruz (de la unidad) pectoral y la besa. Un simple gesto que simboliza toda la entrega sacerdotal. Por detrás de cada grande obra hay un beso a la cruz de Cristo.
Ahí vino el almuerzo. Rizas, conversaciones, reencuentros... matamos la "saudade". Vi que la vida sigue en mi antigua casa que ahora es el hogar de otros ocho enamorados a María. Novas personas que forman un nuevo curso. Distintos de nosotros y tan iguales a la vez. Con su vida propia y tan unidos a todos los demás. Hermanos que entraron en mi vida por la vida de Sión.
Me voy. Me fui.
Tres veces esperamos, se suman más seis espacios de tiempo. Pero... ¿qué son seis horas en la vida eterna de una tortuga? Nada... Ni el sonido insoportable del apoyo del asiento hecho por otro chico que estaba en el otro bus que yo estaba era tan importante. Ni el frío del aire condicionado que contrastaba con el calor del aire libre era más importante. Ni la sorpresa de pasar cerca del lugar en que viví con aquellos otros dos hermanos que tanto me enseñaron y encontrar un otro seminarista que hizo recordar de los amigos de aquél tiempo fue tan importante. El atraso tomó fuerza dentro de mí hasta que, no sé como, vi un teléfono público (como son raros eses hoy día). Pude avisar que el encuentro de la noche se transfería para la mañana. Y recordé de la tortuga. ¿Cuando una tortuga llega adelantada? Para empezar el tiempo en Brasil tuve que volver a mis orígenes: comí una "coxinha" e bebí guaraná. El mejor modo de estrenar el estomago en mi propio país.
Por fin llego sin llegar. Bajo del bus en la salida de Cambé. Al lado, pero todavía lejos. Tomo una nueva micro, voy al centro de Lodrina y tomo otra micro que me deja en la esquina de la casa de mis padre. Camino con mis bolsos y mi ansiedad. Lentamente por el peso del bolso en la espalda... como una tortuga marina caminando sobre el asfalto. Ahora sí llego. Con más de seis horas de atraso. Después de cuatro días de haber salido de Santiago. Llego y descanso.
Atreyu
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